No hay hueco (para ti)


 "Todo fracaso es el condimento que da sabor al éxito"

Estaba sonando una canción, o al menos ella seguía el ritmo antes de que él entrara por la puerta de aquella cafetería vetusta en la que habían ido viéndose durante años. Siempre la misma.

Ella iba conjuntada con el día ,cuando este es: frío, gris y desapacible. Como lo haría una modelo de un catálogo de Shein, de la sección del out-let.

Se sentía igual a como se mostraba al mundo. Sin una gota de maquillaje que tapase sus ojeras, o su falta de buen color...

Y entonces la música dejó de oírse  y él cruzó la puerta de madera noble, vestido como no lo había hecho nunca. 

Cuando ella y él eran un binomio.

Esa primera vez  como a puerta gayola. 

Ese silencio . 

Esa escena , que de haber sido una película , se hubiera congelado. El jodido reino de Arendelle con Olaf como invitado estrella.

Ella no le tendió la mano por miedo a que  se quedara convertido en hielo. Como les había pasado ya antes.

 Le iba a dar un beso, solo uno, pero se dio cuenta de que ya no tenía el derecho de usufructo de sus labios, así que ambos, de manera torpe, por la falta de hábito  , se dieron dos.

Se sentaron enfrentados, como si fueran a disputar una  partida de ajedrez. Cuando ambos ya sabían de antemano que aquella partida ya había sido perdida, hacía mucho tiempo.

Él se fijó en sus manos, aún morenas en noviembre. Ella era así, un cúmulo de contradicciones. 

Hoy no llevaba anillos. Lo que seguro le indicaba que había estado escribiendo. No llevaba la alianza, eso no, porque ella jamás la usó.

Él ,sin embargo, acababa de quitársela en la puerta. Era absurdo porque hacía tiempo que ya no eran nada, sin embargo seguía luciéndola en su diestra, por costumbre. Porque sin ella, se sentía perdido.

Ambos se miraron y se dieron cuenta de que aunque les había parecido imposible, la vida había seguido su curso, a pesar de...

Él parecía calmado, impertérrito, capaz de mantener su pachorra ante un apocalipsis zombie. Ella sin embargo ocultó las manos bajo la mesa porque nunca había sabido permanecer mucho tiempo quieta.

Los contrarios y la ironía de la vida a la hora de enlazarlos. 

La absurda teoría del caos.

El suyo propio allí planteado. 

Él haciendo su vida por un lado y ella, ella...

Él pidió al camarero por los dos, con esa costumbre que dan los años y a la que ella no había sabido nunca amoldarse.

 Hoy no le apetecía "lo de siempre", porque ella no era de los que vivían así, encasillada .

Y la conversación que él comenzó , llevando la voz cantante, la hicieron volver a sentirse pequeña  y simple. Y ella nunca fue pazguata y lo de pequeña, lo sería en estatura porque en personalidad... allí los genes vinieron cargados, mucho, tanto, que un día  se comprimió hasta que encontró un hueco y fue imposible evitar que saliera del encorsetamiento al que había sido sometida.

Notaba como su corazón desbocaba latidos mientras él hablaba de números, de bancos, de titularidades, como si lo suyo fuera la alineación de la selección del Rubiales.

Él bebía la Mahou a morro y ella se dio cuenta de que aquel gesto debería de haber quedado relegado a una tarde de tapas, no al funeral de lo que había sido lo suyo. Le faltaba la copa, aquella vez, debería de haber pedido una condenada COPA.

HISTORIA.

Ya eran solo eso. 

Pasado.

Y afirmando, asintiendo con la cabeza, porque por primera vez en su vida, no encontró las palabras.

 Ella permaneció allí sentada. 

Se obligó a  no moverse. 

Él siguió con su ponencia mientras ella se evadía de aquella realidad donde por primera vez y mucho más entera, se dio cuenta de que en su vida imperfecta, que lo era. Allí, a modo de revelación mística, no había hueco para él.

Entonces sonrió como hacía tiempo que no se lo permitía hacer. Y sus ojos se iluminaron de aquella forma tan única. tan suya que hicieron que el hombre de la mesa de al lado se fijase en ella por primera vez.

Y entonces ella se dio cuenta de que la miraban, de que la volvían a ver. De que era. 

Y allí sentada, mientras su pasado la liberaba de las cadenas se acordó de una frase:

"Los monstruos son los patronos de nuestra dichosa imperfección. Y permiten y encarnan la posibilidad de fallar y vivir"

Ella iba a vivir. A fallar y a vivir.

Así que se levantó, dejó un billete sobre la mesa y dándole unas palmadas en el hombro, como si quisiera darle ánimos, al que durante años había sido su otra mitad, se fue de allí.

El presente era suyo.




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