Eslabones malditos.

 





No has estado en el infierno si  no has vivido un Agosto en Murcia. 

Él que lo sabía bien, había entrado a mediodía al único lugar con refrigeración natural del centro. La catedral.

Cruzó la puerta andando por los pies de la cruz latina y le abrazó esa magnificencia que cualquier templo barroco  muestra al temeroso de Dios.

Esa sensación de partícula insignificante ante tamaña muestra de ingenio. Ver como la piedra vuela sobre el muro, se estremece y gira en un alarde de maestría impensable hoy.

Él que es devoto ,se presigna mirando al altar mayor y hace una reverencia al sagrario.

Ella que lo ha visto entrar piensa que  no le va. A él, a su estampa.

Esa fe que le baña de repente, como si fuera el protagonista de El pájaro espino.

Y ella que ha venido a ver monumentos piensa que aquel que camina ahora por la nave central no está nada mal. Moreno, alto, heredero de los musulmanes que camparon a sus anchas por Murcia. 

Ella que prosigue el periplo por las capillas laterales, pero que le escucha a él caminando como un soldado, con paso firme, hacia el altar mayor.

 Ella estudia como la turista que es las esculturas. 

Salzillo era de la zona y ve cierta similitud. Los retablos barrocos con las columnas salomónicas estofadas en oro y una vidriera de Santa Ana enseñando a leer a María que le parece una obra de arte gótico.

Se topa con un confesionario y se queda plantada allí, imaginando la de pecados  que habrá  escuchado esa madera que antes era árbol. Cree recordar que lo de confesarse es algo moderno, que tuvo la culpa el Concilio de Trento y de ahí el rebote de Lutero, bueno a éso y a lo de las bulas y los impuestos  y la adoración de santos.

Y se ríe porque aunque venga en clase turista, ella es historiadora y a veces no puede tenerla guardada muy adentro. Por eso se ha venido sola , para que nadie contabilice el tiempo que pasa mirando a los que posiblemente son S. Joaquín y Santa Ana en un óleo, siendo la base de una pirámide compositiva que coronan José , María y el Niño bendecidos por el Santísimo.

Está sola en la catedral. Toda para ella el románico, el gótico, el barroco y el renacimiento.

Se para a contemplar la urna de plata de la capilla mayor, donde descansan los restos de los cuatro santos de Murcia y camina por la girola. 

Deambula, como lo hacían los fieles ya por el medievo, cuando las peregrinaciones se hicieron trending topic y hubo que hacer ese giro teatral para que no estropearan el momento top del cura en plena homilía. 

Y sabe que está en el lado sur del templo cuando ve la capilla de los Vélez.

 Piedra, esculturas, escudos de armas pétreos y una cancela oscura con remate dorado. Ostentación de poder hecho arte. Momentazo Ferrari de la época.

Se ríe porque en clase es igual. Suelta esas perlas y sus alumnos no saben bien donde tiene la gracia lo que ha dicho la tarada de la tarima.

Sin saberlo. Así les va quedando la info grabada.

Sin querer.  Guardada en esas cabecitas locas, llenas de imágenes de contenido multimedia que les descargan a golpe de tik-tok.

Pues ahí va, el momento streamer de la tarada. Traspasa la cancela que alguien ha dejado abierta y mira hacia arriba. 

Buaaaa!, la cúpula nervada en forma de estrella. Entra en éxtasis como la santa de Ávila, pero en Murcia a la hostia de grados . Y si estuviera en clase, se los ganaría comparando la realización de esa cubierta con la consecución de la última estrellita dorada en la camiseta de la selección de Messi. 

-¡Profe, cómo puede compararlos!

Y ella iría con toda su artillería.

Aludiendo a la contabilidad de los goles de penalti con la falta de recursos . Hablando de los porcentajes de posesión del esférico , con las innovaciones de la época. Los pronósticos de la victoria, el grupo de la muerte... y la leyenda negra que acompaña a los eslabones que surcan la fachada de la capilla poligonal a la vista de todos.

Messi habrá quedado en anécdota cuando ella enarbole al Cristiano que hizo magia sobre aquella piedra. De Cartago dice la firma que le hizo inmortal. Un mendigo, un reto al Marqués , siete años de factura. Y un legado que aún perdura. Un artesano que superó en gloria a un noble a través del arte.

Ella que sigue perdida observando la estrella que crean las nervaduras, no se da cuenta y se choca contra algo.

En principio cree que es roca, pero no. Porque la roca no tiene dos brazos que la estabilizan a modo de pilar sustentante.

Y ella que ha notado la tierra temblar, encuentra un punto para que el mundo deje de girar.

Y el punto son unos ojos. Oscuros. Grandes. Que ahora mismo se están achinando porque va a empezar a reír. Cómo para no, la acaba de traer de vuelta de su viaje astral. ¡Va! y ella que tarda en aterrizar.

Y él que sigue agarrándola  y ella perdida en esa mirada mediterránea.

Y él que le dice algo, con un acento raro. Que le cuesta localizar . 

Y él que lo repite mientras se agacha un poco para mirarla de frente.

-Perdona, no te vi.

Siente que tiene que pedir perdón mirando de nuevo a esa profundidad oscura y entonces se acuerda del moreno. Del pájaro espino entrando en el templo. Como Jesucristo en Jerusalén la mañana de ramos , lo mismo.

Y entonces allí, bajo la estrella de diez puntas de los Vélez,  ella sonríe y él , el pierde la fe o la encuentra por primera vez en su vida, mientras la sigue teniendo bien sujeta . Tal vez ya no la suelte, como esos eslabones malditos no sueltan   la fachada. Lo mismo.






*La leyenda de la cadena de la fachada que luce la capilla de los Vélez, es de esos sucesos que bailan entre la tradición oral y la leyenda de los pueblos y que se heredan, como los ojos moros, lo mismo.

Cuentan las gentes de Murcia que sin terminar la fachada llegó hasta la ciudad un hombre misterioso con pinta de mendigo. Se plantó ante el Marqués y le dijo que sin cobrar un maravedí a cambio de  comida y techo él le haría una cadena en piedra.

Si no gustase el resultado su pago sería la horca le dijo el noble. 

Siete años le llevó el trabajo y esos que ganó de vida, porque hay que recordar que en el s XVI las cosas no eran como hoy que tenemos Seguridad social , Neftflix y penicilina. Esperó como Tele5 a lo Pedroche, para presentar su trabajo. Sin uvas y esperemos que con más ropa que en las campanadas de 2023. Y le fue de perlas. Y se ganó la fama y el apodo horrible de "El Cadenero" que suena a chungo de barrio del extrarradio pero en el XVI era como ser Bizarrap or more. 

Un día el ínclito quiso abrirse de Murcia city y se armó el belén .

El Marqués que quería tener el copyright, en vez de pagar los derechos ,mandó arrancar los ojos y las manos al de la obra de arte para que no la volviera a realizar never again. Y lo enterró en la capilla donde aún hoy se escuchan sus lamentos.

Ahí tenéis como se soluciona un "problema"  a lo murciano.

 ¿Qué no conoces Murcia?

 ¿No?. Pues a lo  mejor hay que pensárselo  dos veces antes de ir, que nos han salido un poco suyos los hijos de Cartago.


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