#409 Incendios varios
Haz
conmigo lo que quieras
Capítulo Uno: La única salida.
En estos momentos me doy cuenta de que estoy tan
perdida que no vería una salida ni teniéndola delante.
Me he quedado sin trabajo, sin recursos y sin ninguna opción
.
Solo tengo la ropa que me cubre y un portátil.
Una cabeza bien amueblada, una cara bonita y un maxi-bolso
lleno de posibles.
Me pregunto cuál será ahora mi siguiente movimiento, si es
que existe alguno.
Estoy apurando una
copa en el bar de un hotel .
Va ser la última que pueda disfrutar en mucho tiempo.
No me he dado cuenta
y la falda se ha subido por mis
piernas más de lo que dicta el decoro.
Dejando a la vista parte del encaje de la liga y los zapatos
de tacón de aguja que atesoro como si fueran mi muy mejor amiga.
La noche hace rato que casi ha dejado paso al día y los
parroquianos que me rodean no deben de haberse percatado del hecho.
O eso creía hasta que
noto sobre mi nuca despejada el respirar cálido de un aliento.
-Te invito a otra.
El hombre , porque esa voz es de hombre, no espera a que le
conteste, cuando se sienta en el taburete que hay a mi lado.
Me giro lo justo para catalogar de forma pericial al sujeto:
Mediana edad.
Traje de buen corte y
hecho a medida.
Corbata conjuntada y aflojada.
Rostro bronceado y atlético.
Sonrisa estudiada.
Bien estudiada.
Ojos oscuros que van directos a encontrar los míos.
Sería mi tipo si no fuera por: la alianza que luce en su
dedo.
Por la hora que marca el reloj de titanio que asoma en su
muñeca
Y si, y si yo no fuera, una tonta de manual.
Se acerca más sin dejar de mirarme. Imagino que se debe a
que necesita acortar distancia para que su voz pueda oírse por encima de la
música.
Huele a éxito. A perfume caro y exclusivo. Lo sé porque hace
nada yo me rodeaba de hombres como él.
-Llevo un rato mirándote.
Parece ser que no va a haber presentación formal. Nada
de convencionalismos.
Mi ceja se eleva dibujando una expresión de perdóname la
vida que jamás creí que utilizaría.
-Eres demasiado sexy para estar aquí tan sola.
Es entonces cuando un dedo recorre la piel que la falda no
cubre. Y aunque mi primera reacción ha sido apartarle. Algo me ha detenido.
Él se acerca aún más. Sus labios casi rozan el lóbulo de mi
oreja cuando habla.
-Me hospedo aquí.
Touché.
Parece ser que
alguien tiene claro lo que quiere.
Miro más allá de su hombro y me doy cuenta de que fuera
llueve . Debe de hacer incluso frío.
Vuelvo mi cuerpo hacia la barra, en un movimiento que no he
estudiado, pero sin querer, mis pechos le rozan el torso mientras sujeto la
copa y cojo el palillo donde se inserta la aceituna que todo dry martini debe
llevar de atrezzo.
Me la llevo a los labios que lucen aún el lápiz permanente
Ruby Woo Tokyo y la escena que dibujo es digna de una película para adultos.
Sé que el truco ha funcionado porque he visto como se le
dilataban las pupilas y acortaba aún más la distancia. Y como su dedo en mi
pierna ha sido suplantado por la palma de su mano.
Juro por Dios que quema.
Acorta la distancia aún más. Se pega a mi costado y ahora
sigue el contorno de mis labios con el dedo de su otra mano.
-Esta boca...
Lo susurra dentro de mi oído. Dejando cientos de puertas
abiertas.
Y sopesando mis opciones ,me apuro la copa de un trago y me
dispongo a ser inteligente y demostrármelo a mí misma aunque sea solo por una
vez.
Me tiende su mano y yo la cojo. Dejo que mis dedos formen
con los suyos una sola mano. Un círculo.
Le sigo silenciosa por el enmoquetado suelo.
Es alto.
Aún subida en mis
stilettos me saca más de media cabeza.
El recepcionista ni tan siquiera nos mira cuando pasamos
frente a él.
Está bien entrenado
para no ver, para no oír y sobre todo para no hacer preguntas.
El hombre entra en el ascensor traslúcido y acciona el botón
del ático. No suelta mi mano.
Por el contrario se entretiene dejando dibujos hipnóticos en
mi piel. Mientras hace como si yo no le
acompañara dentro de la cabina futurista . A la vista de todos, es una escena
normal.
Entonces la señal acústica del ascensor nos indica que hemos
llegado a nuestro destino y se abre la hoja de cristal.
Sigo por el camino que él me indica.
Precisamente yo que
siempre he sido desobediente.
Me mantengo a su lado y sin hablar.
Yo que siempre he estado acostumbrada a decir la última
palabra.
Llegamos a unas dobles puertas de madera maciza y con un
rótulo de Presidencial grabado sobre el bronce pulido.
Pasa su tarjeta, se
enciende automáticamente la luz. Y es cuando se cierra la puerta principal
cuando mi mundo cambia para siempre.
Me da tiempo a dejar sobre una consola ; mi bolso, mi
maletín y la gabardina .
Consigo ponerme
derecha cuando le siento pegado a mí. Ni la camisa de seda, ni la falda parecen servir de barrera a un
cuerpo duro y bien definido.
Se inclina ligeramente a un lado para atacar sin piedad mi
nuca despejada.
Sus labios primero, su lengua después barren los restos del
perfume que me había puesto por la mañana antes de que mi mundo se viniese
abajo como una construcción de naipes.
Allí donde el pulso comienza a desbocarse, muerde
sutilmente, haciendo que mi equilibrio se torne precario.
Le sujeto por la nuca. Paso mis manos por su pelo. Me froto
contra él dándole una bienvenida para nada sutil.
Intento girarme.
Parece que no es su idea, por el momento.
Sigue el contorno de mi cuello. El camino de mis venas. Haciendo errático mi pulso.
Comienza a mecerse contra mi cuerpo mientras alza
ligeramente la seda y recorre sin prisa
mi espina dorsal.
Pasa sobre el cierre del sostén sin inmutarse. Vuelve a
bajar la mano perdiéndose en la curva de mi cadera. Se adentra por debajo
de la falda.
Avanza sobre una escueta tira de blonda para adentrarse en
un triángulo minúsculo de encaje que comienza a molestar .
Tira de él y escucho como se desgarra.
Un jadeo impúdico brota de mi garganta mientras me pega más
a su cadera, a su mano que sigue buscando.
Me entra de repente un hambre que no había conocido antes,
pero de la que había oído hablar.
Él barre todo lo que está sobre aquel mueble de entrada
con una sola mano y me levanta para depositarme allí.
Nos miramos a los ojos. Los suyos tan oscuros como la noche
que muere fuera. Los míos cargados de un deseo que jamás había tenido por nadie
antes.
Saquea mi boca. Tragándose mis suspiros y los que no lo son
tanto.
Me muevo contra él,
pidiéndole a gritos, pero en silencio , que haga algo más que volverme loca de necesidad. Porque es
lo que me domina sobre aquella superficie de madera.
Mientras, él ,devora mi boca una y otra vez y juga con mis
pechos que acuna encerrados aún en su cárcel de lencería .
Descienden sus manos
dejando fuego sobre la piel que toca, la que besa con calma y la que
muerde. Nunca he tenido un amante que sepa tanto sobre el cuerpo de una mujer .
Con su maestría.
Voy a suplicar. Lo pienso mientras me dejo comer viva.
Se demora en la copa del sujetador. Muerde allí donde sabe
que debe hacerse.
Mientras mis manos le pegan más a mí.
Me deshago de los tacones para poder anclarle a mi cadera. Para abrazarle con mis piernas.
Viendo por fin la recompensa a mis clases de yoga.
Mis manos le aprietan fuerte de un culo estupendo, mientras
él sigue castigando mis pechos.
Aprovecho para desabrochar su cinturón. Sacarle la camisa y
buscar entre la ropa ,algo .
No sé bien el qué.
Carne caliente. Dura. Abdomen marcado digno de las
esculturas que hasta hace nada yo me
dedicaba a crear.
Adonis real. Respirando sobre mi escote. Lamiendo mi piel.
Tornándome líquida.
Si hay hilo musical para dar calidez al ambiente es algo que
ignoraré toda la vida.
Mi garganta, la suya. Ambas componemos la mejor banda sonora
del mundo.
Se separa de mí, apenas un instante.
Lo justo para que yo muera de repente de un frío
desconocido.
Logro enfocar la mirada lo justo para verle sacar un
envoltorio dorado de su bolsillo.
Alguien arde a la vez que yo .
Mis labios dibujan la sonrisa más enigmática de la historia
de la humanidad. También la más antigua . Y tirando de su corbata, que hace
rato que ya solo son dos tiras de seda sobre hilo prístino, le vuelvo a atraer
hacia mí, para ser yo esta vez la que asalte sus labios. La que recorra con la
lengua su mandíbula. Su oreja perfecta a la que tengo la osadía de morder como
si quisiera llevarme un trozo de él conmigo.
Conmigo , en mí.
En un segundo le tengo dentro. Duro, impecable. Salvaje.
Me abraza lo bastante fuerte a él para evitar que me golpee contra el espejo que
está a mi espalda y en el que no había reparado.
Nos veo reflejados en otro. Me pone más húmeda aún verle
clavándome con ganas contra sí.
Uno, dos. Tres envites. Su boca, sus manos. Recorren cada
rincón de mi cuerpo. Tocando. Amasando. Saqueando todo a su paso.
No puedo dejar de mirarnos.
Los gemidos de los dos.
El ritmo frenético de dos animales en celo.
Le muerdo, en un momento dado. Tengo la necesidad salvaje de
dejarle marcado. En la yugular. Mis labios succionan su pulso . Absorbieron su
piel aún morena, cálida , perfumada de cedro y especies.
Dejo de pensar para centrarme en sentir.
Para mirarme en sus
ojos.
Para perderme en ellos en el instante mismo en que dejo de
saber mi nombre.
Justo cuando el
jodido universo explota.
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