El chico del Graffiti



-Sé que es el amor de mi vida.
-El de ahora, mejor. Que vida te queda mucha por delante.



Hace días que necesitaba que mis dedos se pasearan por el teclado.
La línea de flotación de sentimientos se desborda y necesitaba ese trasvase para poder seguir.
Y hoy mientras estaba en mi pedrero vi una imagen.
Dos chicas sentadas en una escalera.
Seguí con mi bronceado norteño, ése que consiste en el ritual; me quito la ropa, me pongo la crema y luego prosigues con una danza constante entre descubrir piel, ponerte una toalla a modo de pareo ,sale más nordeste, tiras de vaquera. Se abre un claro, te lo quitas todo...para volver a ese incesante baile de cubrir y descubrirte.
Pues en una de ésas, mi ojo además de mirar hacia los que pillaban olas, notó un movimiento en ese rellano de escalera. Parapetadas bajo el muro del Mayán de tierra las amigas se convirtieron en otra cosa.
Y sentí que la sombra de esa pared no solo las daba sombra, sino cobijo.
Besos de verano , a lo mejor del primer verano aderezado con besos. De esas primeras veces donde las mariposas vuelan y no en el cielo.
Y se me dibujó una sonrisa porque yo también en algún momento fui ella bajo la sombra de esa pared.
No las ellas de ahora. Las hijas de Eva que van de la mano orgullosas.
Como debe de ser.
Las parejas que caminan sobre mi muro con la mirada al frente y las melenas al 
 viento.

Mi hija que me mira y me pregunta si son novias. Y mi hijo que parece que va a lo suyo en su preadolescencia y le dice. 
-Se quieren Jara. Y punto.
Pues éso. Y punto. 
Un punto para mi hijo el contestatario que resumió a la perfección algo tan sencillo como es el quererse. Sin edad, sin género, sin necesidad de etiquetar o de poner barreras.
Otro para la pequeña que no siguió con las preguntas inquisitoriales porque lo entendió con la libertad que lo hace la gente que es educada en el respeto a todo y a todos.
Y yo me quedé mirando con envidia ese primer amor de verano, del que algunas no se acuerdan ya, pero yo dejo en una especie de altar para recrearme en la nostalgia.
Luego, dejada atrás esas muestras de cariño.
Estaba en modo madre a la orilla de la piscina viendo a los retoños tornarse animales acuáticos.
En el borde unas amigas hablaban de citas, de chicos, de guitarras y de momentazos.
La escritora con la antena desplegada iba escuchando sin demasiada atención hasta que llegó una frase.
-Quedamos en una cafetería, pero se fue la oportunidad.
Lo decía con la boquita pequeña. Como con un mohín infantil. El chico no había estado a la altura.
Y entonces mientras se ponían de pie se le escapa.
-Me ha dicho que lo que me tiene que decir, lo va a hacer con un grafitti. Así podré verlo siempre.
¡Venga ya!
¿En serio?
¡Olé tú guaje!, seas quien seas.
Se fueron a por las toallas y yo ya medio enamorada del bollito grafitero. Del  aprendiz de delincuente.
Fue entonces cuando me pidieron abrirles la puerta.
Y claro la escritora que llevo dentro, la que cogió las llaves para dejarlas salir, no pudo dejar de opinar.
-Dile que sí al del grafitti.
Se murieron de risa y de vergüenza al cincuenta por ciento.
Pero encantadas me pusieron al día de ese amor entre furtivo y canalla de verano.
Los estíos y sus múltiples variantes del querer. Del quererse. De enamorarse un poquito, como si fuera un espejismo o hasta las trancas.
Benditas primeras veces.
Santas mariposas.
Sonrisas tontas. Sonrisas sin medida.
Enhorabuena a las chicas de la #escalera19 y a mi #grafittero.
Las cosas del querer  en un verano cualquiera.



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