Cadáveres exquisitos







 "Estábamos aburridos en el cielo, así que nos bajamos al infierno a jugar"


*Relato de ficción para los que duermen en el lado siniestro. 


  - Nos lo contamos tooodoooo -dijo  en castellano ,en aquella taberna gabacha , mientras mecía la cerveza en la jarra y la rubia dejaba restos de espuma en el borde, como si aquello fuera una jodida playa de las suyas. De su Sur.

Desconocía que hacía dos pintas, que sus "eses" se arrastraban perezosas por su boca. Que apenas terminaba una frase cuando ya estaba hilando otra. En un monólogo inquietante con un barman que le ignoraba, a él  y a todos. 

Bueno , a todos no. Por atender, solo  atendía  a las manecillas de un reloj que ya estaba anunciando la hora del cierre.

Se acomodó en la barra de manera elegante o eso creyó él.

 La mujer de la mesa trece reparó  en el español y en su precaria postura . No lo encontró para nada refinado.

 Ella cerró su portátil , guardándolo en el maletín. Recogió la pitillera de plata que estaba sobre la mesa. Un anacronismo que le encantaba y lo metió junto con el móvil , en su bolso de mano.

Levantó la silla tonet con cuidado, como se lo habían enseñado las monjas hacía una vida. Despacio y en silencio. 

La apoyó justo donde la había encontrado y se recolocó la falda tubo de un vestido  catafalco que se pegaba a ella como una segunda piel.

Los tacones anunciaron , junto a su perfume, que había llegado hasta el hombre antes de que él la viera.

 Él tuvo que levantar la cabeza que se había precipitado ,sin saber muy bien como, hacia su brazo estirado . Que ejercía ,casi, casi como si fuera de almohada.

Olisqueó el aire  antes de que su vista enfocara la imagen que había ante él.

Achinó los ojos para enfocarla mejor. Ella los notó oscuros, pero sin poder determinar el color.

-Buenassssssss nochesssssss- entonó muy feliz.

Ella tuvo que creerle.

Se le veía contento . Cercano a la euforia. En esa alegría efímera que te lleva  de en un subidón brutal a un descenso a los infiernos.

Le daba media cerveza más para que se precipitase a aquel abismo.

-Me llamo...

La mujer alzó la ceja como lo haría una maestra de escuela. No le interesaba en absoluto quién era.

Había sentido un instante de benevolencia. Nada más.

-Sién...tese- consiguió musitar él.

-Vamos a cerrar.

El camarero había dejado caer la bomba sin esperar respuesta. La mujer ya se estaba poniendo un abrigo del color de la noche .

Se giró para macharse cuando notó como algo o más bien alguien , se lo impedía.

El hombre de la barra, el de la cerveza, se había enganchado en el cinturón y al dar el primer paso ella. él , se había venido también.

-A no. No , no, no...

Desabrochó el nudo que se había ceñido soltando de aquella forma un lastre que no deseaba.

Si no hubiera andado fina, él hubiera acabado en el suelo.

-¡Ya te tengo machote!...

Parecía que estuvieran jugando al "Enredos". 

Ella manteniendo el equilibrio : entre el portátil, el bolso, el hombre. 

Él que decidió exaltar la amistad, abrazándola, como si fuera la última balsa  libre del Titanic .

- Esto te pasa ,por buena samaritana- se dijo mientras intentaba separar al beodo de su cuerpo.

Porque ahora que lo tenía pegado a su cuerpo ,el sujeto parecía que se había precipitado dentro de un camión de Cruzcampo.

Le sonrió. Entre su neblina etílica, él le sonrió como si hubiera visto a un ángel.

Incluso ella creyó que lo decía en voz muy queda. En un susurro algo gangoso.

-Cierro ya- escuchó decir alto a su espalda.

La mujer que había conseguido apoyar al sujeto en el taburete donde lo había encontrado, se dio cuenta , de que el barman,  ya lo había recogido todo, incluso estaba apagando las luces.

Condenada puntualidad extranjera. 

¡Ésto en España no nos pasa! , pensó mientras decidía qué hacer con el parroquiano que parecía estar a punto de irse a dormir la borrachera casi, casi en vertical.

-Te voy a pedir un taxi...

-Me llamoooo...-estaba pesadito el muchacho, pensó al mirarle detenidamente el rostro.

Ella le ayudó a ponerse la chaqueta .

 Rebuscó en su  propio abrigo , dejó un billete en la barra y dio las buenas noches a quien la quisiera escuchar.

Tiró del macho que renqueaba. 

Pesaba más que una bolsa de cemento mojada. Ella recordaba muy bien  como pesaban aquellas cosas porque una vez se había empecinado en mover una.

Ella y sus obstinaciones. 

Se vio en mitad de una ciudad francesa, con una historia  empezada en su portátil y un medio hombre haciendo lo que parecía funambulismo siguiendo un adoquín.

Se llevó la mano en un gesto dramático a la frente. Negó tres veces como Pedro y alzó como pudo la cabeza buscando un taxi que la llevara al hotel.

Paró uno , justo cuando el cielo comenzó a escupir impúdico ,  la lluvia de abril. Dejó sus cosas a salvo dentro del asiento y se fue calle abajo a por el saltimbanqui con la piel de un color tan blanco como la de los protagonistas del Picasso más azul.

Volvió a girar la cabeza y a reprocharse a sí misma su espíritu dominico.

Montó por fin en el taxi, sujetando al anónimo. Y le preguntó una dirección donde aparcarle.

No respondió.

Prefirió acomodarse sobre ella, sobre el paño seco y caliente de su abrigo.

Ella juraría que le había olido la nuca en el lugar justo donde ahora descansaba su cabeza de pelo enmarañado.

-Llévenos al Hotel Central.

Venga mujer, le tiras en el sofá a dormir la mona y ya.

Rezó en arameo mientras se decía que no podía dejar a un compatriota literalmente tirado en la calle en mitad de una borrachera y un diluvio. Porque como en una mala película dominical, caía agua como si Noé fuera a zarpar su arca. 

Él se pegó más a ella buscando su calor. Y dijo un nombre de mujer que claramente no era el suyo ni por asomo.

-Morena , pones un circo y te crecen los enanos guapa- Juntó los brazos sobre el pecho enfadada por su recurrente estupidez. A  Juanita de Arco y a mí nos separaron al nacer...si es que...

El hotel apareció entre la cortina de agua que los limpias apenas lograban apartar.

Pidió ayuda al chófer para que le  ayudase con la carga.

Un botones solícito se hizo cargo del "bulto" y acercándose a recepción pidió la llave de su habitación.

-Los funerales- le dijo al encargado mientras señalaba su vestimenta de luto y al pobre hombre que casi desmayado era guiado al ascensor.

Ella lo remató con un excelente C´est la vie! y recorrió de forma felina la distancia hasta el elevador donde la estaban esperando.

Tuvo que darle una espléndida propina al joven que llevó al hombre ,cercano a la inconsciencia, hasta el sofá .

Una vez cerrada la puerta , ella se bajó de los tacones. Se sacudió el agua que se había pegado a sus cabellos como si fuera un felino y se libró del abrigo que la atosigaba como el bello efebo que ya roncaba cual tenor.

-Si es que...es que...

Ella se dio la vuelta, buscó un cubrecama y sin miramientos lo dejó caer sobre él para acto seguido cruzar la estancia entrar en el dormitorio y cerrar la puerta sin ningún pudor.

La noche me confunde y la mañana acaba de vaciar el cargador a bocajarro.

En su cabeza cientos de elefantes bailaban la danza de los siete velos cuando la luz cegadora le taladró los párpados.

Olió el perfume  fresco de mujer que no le fue del todo extraño y después el aroma del café que le hizo volver a la vida e incorporarse.

-Tranquilo fiera que vas a querer apearte del mundo.

La voz de ella era como la seda resbalando sobre los barrotes de una cama. Raspaba a causa de la nicotina. Y lo supo porque ella acababa de encenderse un pitillo mientras le observaba desde una mesa dispuesta para el desayuno.

-Buenos días bello durmiente- Lo dijo con sorna,  mientras le señalaba con un gesto hecho con la cabeza donde podía encontrar su taza. 

-Las aspirinas están al lado.

Él se dio cuenta de que no sabía dónde estaba, ni con quién , ni cómo había llegado hasta allí.

La mujer semi vestida le daba la espalda mientras abría la prensa matinal.

Después de dar el primer sorbo él se dio cuenta de que había hablado en español.

-Yo soy...

-El mismo que se tomó ayer más cervezas de las que su cuerpo podría digerir en dos días.

No esperaba respuestas. Él lo supo porque siguió leyendo mientras daba una calada al fino cigarro con olor a mentol.

Una súbita arcada ascendió hasta su garganta. De nuevo ella pareció adelantarse a la jugada porque al levantarse  del sofá, su mano  le señalaba hacia una puerta.

Un cadáver exquisito. Así se veía el hombre recién aterrizado en el mundo de los vivos.

A ella aquel calificativo artístico siempre le había hecho gracia.

A él ahora mismo su escasa cabeza,  le debía de estar haciendo más bien ninguna.

Entró en la habitación para vestirse. Debía de coger un tren.

Cuando salió del baño medianamente consciente de sus actos, refrescado y más entero. Barrió la estancia con sus ojos oscuros.

Ella no estaba allí. Había dejado el periódico perfectamente doblado sobre la mesa. Los cubiertos alineados como un ejército, el cigarro encendido sobre el cenicero y la silla colocada como si una kelly hubiera ya repasado la estancia.

Entonces asomó la cabeza por la rendija de la puerta donde suponía que estaba la alcoba y lo que vio le dejó aún más congelado que el agua bajo la que había metido la cabeza un rato antes.

Seda negra ascendiendo por una pierna que descansaba con el empeine contraído sobre el colchón. Body de encaje con escote corazón que al inclinarse para subir la media , amenazaba con dejar huérfano el hueco que amortajaba la carne.

Tragó con la misma dificultad que lo hace un pavo al que están preparando para paté.

Notó un sudor gélido recorriendo su cuerpo. Quería dejar de mirar como ayer había querido dejar de beber.

¡Menuda mentira!- se dijo mientras intentaba tener una mejor perspectiva. La mujer se puso la otra media hasta la mitad del muslo donde una tira de blonda bordada se quedó suspendida por obra y gracia de alguna oración masculina.

Ella se giró hasta la mesita dejándole ver una retaguardia asomando simétrica, por entre una escueta tira de encaje trasparente . 

Se agachó para coger algo. Más carne expuesta. 

El jodido paraíso.

Su sangre se precipitó desde un abotargado cerebro a una parte de su anatomía mucho más dispuesta a despertarse.

-Mierda- se amonestó mientras se recolocaba como podía la costura de los pantalones.

Ella volvió a inclinarse para coger el otro pendiente y una última vez más, para ponerse una cadena que se colgó del cuello y luego girándose la centró en el medio de ambos pechos.

-¿Quién fuera el coño colgante?

Demasiado hipnotizado por la lujuria , se sintió como un adolescente ante su primer Play Boy.

Ella seguía con su liturgia cogiendo de un galán una camisa negra  y una falta recatada del mismo color.

 Se deslizó por la falda y él   vio como subía la cremallera marcando la curva de una cadera rotunda. Luego la camisa. Fue abrochando uno a uno los  botones hasta llegar al cuello. 

Ver como la tela  ocultaba la carne le hizo marearse más de lo que estaba. Fue a buscar apoyo en el sofá donde había dormido.

Justo a tiempo ya que los tacones de ella anunciaron su presencia.

¡Salvado por la campana!

-Le dejo desayunando. He de coger un tren a París.

Ella llevaba un maletín , una maleta de mano de piel y ya puesto , el mismo abrigo sobre el que él recordó haber reposado su cabeza.

La española ya tenía la mano sobre el pomo de la puerta cuando él iba a hablar.

-Por cierto , me llamo Soledad.

Y sin esperar una respuesta a una pregunta que nunca hizo, la morena salió por la puerta siendo una mujer a la que recordar.














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