Noches de luna escueta
Soñaba despierta y dormida, dormida no era consciente de hacerlo, o al menos de traerse de vuelta, consigo , algún retazo coherente de lo acontecido al otro lado del velo.
Sabía por su cuerpo , que aunque no recordara, sí había vivido.
La forma en que amanecían las sábanas de hilo blanco, como si allí se hubiera librado una guerra, eran mudo testigo también de lo que se quedaba atrás.
Su yo coherente ganaba aquel pulso de voluntades.
Miró al techo , donde la persiana dibujaba el pelaje exótico de una cebra inconexa.
Y miró lo escueto de la claridad que le enseñaba el día. Parejo a la cantidad de tela que la mostraba a ella, más que la cubría.
Paradojas...
Ella perfilada por la luz.
Se la intuía más que verse.
La maraña de pelo que se esparcía por entre las almohadas, el cuello largo, las clavículas marcadas por una sombra más densa.
La cúspide de sus senos, la contracurva de su cintura nímea...
Lo demás, el resto de ella, quedaba oculto .
Libre para el que quisiera imaginar. Volar...
El poder de las palabras...
Los recuerdos y remembranzas.
El canto de la sirena que una vez deseó ser, allá en una cala de piedra.
La infancia y su inocencia.
Ella descubrió que no tenía el poder de transformarse en sirena por más que lo pidiese mirando al horizonte, a la profundidad de las aguas. Mirando al cielo .
No, nada.
No cambió, pero tampoco rompió en llanto.
Comprendía ahora que en realidad, todas las mujeres llegaban a un punto en el que se tornaban sirenas.
Se abanicó con las pestañas y se puso los brazos aún morenos bajo la cabeza, buscando la postura más cómoda. La que la aligeraba del sopor.
Flexionó una pierna, haciendo que el hilo descendiera un poco más abajo del meridiano de su cuerpo.
Una línea de piel quedó expuesta. Más bronce bruñido.
Recordaba de aquel sueño sin restos ,un contorno. Una sombra de un perfil. Un olor a sal. Aún, la sensación de calidez.
Tal vez, la piel más viva.
Respiró profundamente haciendo que el escote amenazase con una fuga sin rehenes... Bajó una mano para sujetar la seda.
Decidió prescindir de la misma. Iría directa a darse un agua para comenzar su día.
Libre, al menos un poco más, volvió a pensar por qué lado abandonar la cama.
Se giró hacia la izquierda para tomar impulso y de nuevo el aroma del mar volvió a ella.
Era imposible que a
l sur lo colase a través de la persiana y del batiente.
Así que volvió a la postura de fauno romano a meditar sobre lo humano y lo divino.
Y entonces se acordó de él.
Fue una imagen que evocó su subconsciente. Ya que ella, la mujer despierta , no lo hubiera traído hasta allí. De vuelta. A su lecho. A su lado. A su vera.
Por lo visto la razón posee razones que el corazón desconoce.
Por eso tras la imagen, surgió de sus labios un suspiro que sonó a lamento. Sus endorfinas dejaron constancia de lo mucho que le gustaba, que le gustó, que por lo visto le seguía gustando.
Rectó por el lecho, volvió a suspirar y cogió impulso para salir de un callejón del que no había salida.
No se dio cuenta de que se estaba mordiendo los labios hasta que notó la línea entre placentera y dolorosa que escondía el gesto.
Él dejaba a su paso aquella sensación de resaca. Como la de un buen whiskey.
Ahora le encajaba el puzzle. Ahí estaba el por qué no se acordaba de los sueños. Del olor a mar entrando por la ventana.
Las noches de luna escueta. Sus preferidas.
Entró en el baño dejando caer el resto de la poca ropa que aún la cubría.
Accionó el mando para que saliese el agua caliente. Como lo estaba ella al recordarle a él.
Malditas fueran las horas, las deshoras...El agua recorriendo como un tsunami su cuerpo.
Que barriese todo. Su esencia, su remembranza, el fuego que le hacía aún arder..
Apoyó la frente en el azulejo.
Al cerrar los ojos de nuevo el polizón. El ladrón que se colaba sin buenas intenciones en ella.
Se giró.
Alzó el óvalo de su cara hacia la lluvia artificial y dejó que las lágrimas rodasen también.
Sabor a sal en sus labios...
Canto de sirena amortajado por el agua.
La mujer sirena llamando a su marino.
La historia más vetusta del mundo.
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