La mujer.
Andaba con una vuelta de menos desde que el domingo estrenase horario de primavera.
Medio ida o ida entera.
Mortecina y marchita como la nieve en las cumbres que huele ya el estío en el aire y se deshace, porque ya le toca .
Se recolocó el cinturón ancho que alguien había ideado como falda y se atusó el pelo mientras el espejo le devolvía el reflejo de una extraña.
Se conocía tan bien que por eso mismo ya ni se veía. Pasaba por alto la falta de brillo en su mirada, la pérdida de su sonrisa, la opacidad del lustre que se iba con su juventud.
La valía. Se recordó mientras se retocaba el carmín. Sus puntos fuertes...
Una carcajada enlatada e insincera surgió de sus labios. Le dobló el cuerpo por la mitad.
Enumere sus puntos fuertes.
Los había tenido. Innumerables. Había sido indestructible hasta que se topó con un oráculo que tantas veces le escupió aciagos presagios...Que se cumplieron todos.
Ahora mientras recomponía una máscara se dio cuenta del lastre que la atoraba.De aquella carga invisible de menosprecio que la había tornado en otra. En una desconocida.
Ella en algún rincón. La ella increíble que alguien había admirado una vez. ¿La estaría esperando?...¿O se habría dado a la fuga?
No tenía muy claro si lo que quedara de aquella otra podría ser salvado.
Si quisiera, incluso, que la salvasen llegado el caso.
-No eres otra cosa más ,que lo que te juraste que nunca serías.
Y era tan certero que le dolió la puñalada trapera que se asestó de realidad. Sin pedirla. Sin esperarla...
Se irguió sobre su osadía. Alzó el mentón y con un golpe de melena decidió salir a enfrentarse a sus miedos.
Malditos fueran todos los gurús de crítica gratuita.
Ojalá todos se vieran a través de la neblina en que te sumerge el desprecio.
Encontraría el camino. Pisaría fuerte y sobre todo pintaría sonrisas en su boca mientras doblegaba a sus demonios. Mientras citaba a cuerpo descubierto a la vida.
Mujer de bandera, no permitas que te hagan harapos.
¡Sálvate, sálvame, sálvamos!
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