El silencio.
"Quien nos roba los sueños, nos roba la vida"V.W.
* Foto:Michel Pérez
Tal vez por ello había un atrapasueños colgado en su ventana, para seguir con vida.
Le dolía el pecho al respirar .Con el peso de una losa justo anclado en el centro. A modo de Dolorosa moderna, pero sin serlo.
El calendario marcaba en rojo aquel día, un viernes sin estrenar tan si quiera abril, un viernes de silencio.
Un viernes al que no le encontró sinónimo para referirse a él. Al quinto día de la semana, que alguien colocó allí, antes de que comenzará el sábado de Gloria y llegase un domingo, el de Resurrección.
Se ajustó la lencería color catafalco riguroso.
No por ser semana de pasión, por eso no.
El cajón había decidido por ella, que no se había molestado en encender la luz, para cubrirse, esa desnudez impúdica, más escueta que la que ostenta el Cristo de Candás.
María, la de Magdala, le hubiera envidiado su paso resignado, envalentonado, con el que ella quiso enfrentarse a aquel nuevo día, que ya lo era. Había demasiada luz al otro lado de la doble puerta.
Entró en el baño . Se demoró lo justo para que el bautismo fuera renovado y tiritando fue al vestidor para cubrirse . Amortajada. Había vuelto el frío.
Rayos de sol esperanzados, como si fueran una Virgen reinando en Triana querían abrir un cielo que amenazaba con llorar de dolor.
Ella pensó en un lienzo del Prado, y sopló el café, mientras su cadera se hacía un hueco en la contraventana que miraba al mar.
Paraguas oscuros, gente que huía de la humedad de un día que era festivo porque lo señalaba el almanaque y ya.
Se veía como los cofrades esperaban dentro de la iglesia que se miraba en la bahía, otro trago al de Colombia y una apuesta ganadora, a iba a ser que no.
Otro año sin silencio...
Miró al reloj , ese arcaico óvalo al que había que darle cuerda para que no se retrasase, para que no llegase a deshora...
Mantillas y peinetas negras ,como el azabache de las minas, salpicaban las aceras
Tacones bajos y vestidos sobrios cubriendo las rodillas.
Alguna portaba cirios. Otras su propia cruz.
Y ella desde su torre viendo pasar la vida .
Una vibración le hizo saber , antes de que diese la hora el reloj de la seo ,que había llegado su tiempo.
Aclaró la taza.
Entró al baño y volvió a enfilar el pasillo para coger los zapatos y el abrigo de paño.
En el banco, de la puerta, antes del zaguán, un misal y un rosario . El encaje centenario bordado a mano por las hermanas carmelitas y su bolso de mano.
Persignarse y ya.
Salir a la calle.
Sortear el aguacero y rezar, a todos los dioses inventados por el hombre , para encontrar una fe tan volátil como el silencio.
*Recuerden ver Ben-Hur y ya estaría. Torrijas a parte .
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