Una habitación con vistas
Qué confundido estaba Marinetti cuando decía que "El calor de un pedazo de hierro o de madera es para nosotros mucho más apasionante que la sonrisa o las lágrimas de una mujer"
Nosotras las mujeres...
Les voy a confesar uno de nuestros delitos.
La venganza y nuestra tendencia a servirla bien caliente.
Como la historia de hoy.
Que va de bañeras prestadas.
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Les voy a hablar de Sara .
Sara y su piromanía.
O su tendencia a incendiar cuerpos y alguna que otra alma.
Sara que simplemente parece una mujer más. Del montón. Pero no.
Sara puede ser muchas cosas, pero sobre todo es muy edición limitada.
Sara es de esas mujeres que la ves pasar y aunque se mimetice con el paisaje ,tiene un algo.
Esa forma de caminar. Ese saber estar. Esa mirada de mujer inteligente.
Su sonrisa.
Ella es una mujer de sonrisa perpetua.
Y luego está esa forma de pensar que te descoloca.
Los cuatro elementos primitivos son Sara.
Ella es: tierra, agua , aire pero sobre todo, ella es el fuego.
Y sin saber como, rodeado de bellezas deslumbrantes, acabas ante ella suplicante.
Y una vez que te acepta. si es que tienes esa fortuna. No la olvidas.
Nunca.
Como una maldición.
Hoy Sara ha decidido que su próxima víctima seas tú.
Tú que has ido a buscarla a sabiendas.
Que la llevas observando días y has esperado tu turno paciente.
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Es de noche cerrada , cuando al entrar en el ático, enciendes las luces de ambiente del pasillo.
Una luz indirecta que a la altura del tobillo crea una línea de fuga casi infinita.
Paredes blancas, techos prístinos. Estilo escandinavo.
Minimalismo .
Ella no está mirando para nada tu reino.
Te mira a ti.
A esa forma pulcra en la que dejas en la puerta : las llaves, la cartera, el móvil.
Como te deshaces de los zapatos y los alineas bajo el descalzador.
Como le tiendes la mano.
Y ella te sigue obediente.
Sara que ya ha decidido que te va a descolocar algo más que los esquemas.
El cuarto os recibe sin paredes de por medio.
Una excentricidad suprema mantener la bañera de garras en ese entorno moderno.
Y ella que te mira abanicando pestañas.
Como pidiendo permiso . Mientras ya ha comenzado a quitarse ropa.
Tú que la dejas hacer.
Y te recuestas en la enorme cama.
No hace falta que corras cortinas, ni bajes persianas.
Es lo que tiene ser el rey del sky line.
Sara ha jugueteado con la grifería y se ha remangado la camisa trasparente que te ha subido las pulsaciones un rato antes.
Prueba el agua que emana rápida sobre el esmalte blanco.
Y parece satisfecha. Toda una profesional.
Juguetea con las botellas que hay en las repisas.
Olfatea y vierte aceite en el agua que ya comienza a dejar escapar volutas de humo.
Se da cuenta de las velas esparcidas por el parqué y te hace una pregunta muda.
Y tú le dices con un gesto donde encontrar las cerillas.
Y ella se sirve sola.
Va haciendo el montaje perfecto.
Creando la atmósfera que más de una vez soñaste.
Y baja dos toallas mullidas de una estantería y coloca una en el suelo .
Va quitándose prendas mientras el hilo musical la incita con una vieja melodía de un éxito de los 90.
Recuerdas sin querer otro cuerpo que te noqueó con esa misma canción.
Y haces de Sara la perfecta suplente.
Tal vez era más larga su melena y más escuetas las piernas.
Piel canela.
Curvas sinuosas y ...
Se queda allí, el recuerdo.
Porque de repente asoma la lencería de un color cercano al verde militar.
Guerra
Es un grito de guerra.
Una declaración de intenciones.
Una transparencia estudiada y que alguien decidió que aniquilaría voluntades y neuronas.
Y él que desearía fumar para poder estar entretenido mientras ella se adueña de su bañera de esmalte que descansa sobre cuatro garras.
Él se fija entonces en sus manos, que están agarradas a las sábanas para contener las ganas de salvar la distancia y devorarla.
Pero ella ya ha metido un pie en el líquido candente.
Ha trazado círculos de fuego y le ha mirado luciendo su desnudez como luce sonrisas.
Él se ha recostado sobre los cojines sin perder detalle.
Y ve como se recoge el cabello.
Como su esponja recorre centímetros de un cuerpo que quiere hacer suyo. Y siente envidia de aquel porífero que la está adorando.
Tiene que mirar al techo para evitar que la sangre se olvide de su circular misericordioso.
Ella le tienta.
Le lanza miradas y sigue con aquel juego tan antiguo como el mundo.
Y él comienza a sentir calor en marzo.
Y se desata un botón de la camisa y luego otro.
Y ve como las velas doran una piel que parece un metal precioso candente.
El que arde de deseo es él.
Y ella es conocedora de su poder.
De su magia.
De su condenado hechizo.
Y no puede esperar a que ella deje ese juego en el que debe tener una medalla olímpica.
Y deja el lecho y se arrodilla sobre la toalla que está a sus pies.
Y busca su hombro la besa allí.
Y sigue por el cuello y por el atlas y se recrea en la línea que sobresale del agua.
Y se quita la camisa y sus manos navegan sin rumbo, pero sin perder de vista su piel,
Toma la esponja y la enjabona con mimo.
Como un fetichista de la pulcritud.
Y se entretiene en un vértice.
Él que adora lo simétrico.
Traza una carta de navegación buscando el ecuador en su ombligo.
Y ella que le mira con las pupilas dilatas y la respiración alterada.
Él que sigue con su hundir la flota.
Y decide ponerla en pie antes de terminar allí dentro con ella.
La arropa con la toalla y la saca en volandas.
La deja en el centro de la cama.
A él le sobra ropa y a ella le falta vergüenza
El maridaje perfecto para una noche que no será aburrida.
Ella que le sigue mirando sin articular palabra.
Él que no las echa en falta.
Sara que se libera de la toalla y le espera sentada sobre los talones.
Con la cúspide de sus pechos señalándole acusadoras.
Él que besa allí primero porque le parece lo más cortés.
Sara que le abraza fuerte y juega con su cabello.
Él que muerde un poco más de lo necesario y se ve rodando por la cama mientras ella hace un movimiento y de repente la tiene encima.
Ella que le devuelve el mordisco, pero esta vez en los labios.
Primero en el centro.
Luego con el inferior. Torturándolo.
Mientras con sus manos le va cacheando los músculos como una agente bien adiestrada.
Lo que le está haciendo a su boca debería ser enseñado en todas las escuelas del mundo.
Y luego se han estudiado ambos bien a fondo.
Sin prisa.
Con la luz de la ciudad sirviéndoles de orientación.
La música ha quedado oculta por el rozar de la piel contra la piel. Del sonido inconfundible de una cama cuando se deshace con arte.
De los gemidos que te nacen y de los que te roban.
De la clemencia que pides a gritos y de la rendición sigilosa.
La velocidad que se incrementa.
Las cumbres que coronas.
Las luces de neón.
La pequeña muerte.
La dulce tortura.
Sara.
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Ha amanecido y notas el frío que se cuela por entre las ropas.
Ella ya se ha levantado .
Y ves como se va vistiendo.
Ese conjunto que te pone tonto.
Y se lo dices.
Y ella que se acerca al lecho y se agacha para besarte en los labios.
Tú que recorres el contorno que la puntilla dibuja sobre la piel canela de su generoso escote.
Los racimos de flores de un verde más claro que parecen guiarte como una brújula al centro de la tierra.
Tú que paseas de nuevo tus manos por esas curvas que ya no son desconocidas.
Ella que se sienta un segundo a tu lado y te vuelve a besar llevándose consigo por un segundo tu labio.
-Nos vemos.
Le dices a su espalda una vez que ha terminado de vestirse.
Sara que te mira. Sara que coge el bolso y abre una cremallera.
Sara que se coloca en su diestra un aro liso de oro.
Ella que te mira .
Sara que te contesta.
-En tus sueños.
Y se va por ese pasillo con luces que te guían para no perderte.
No como tú, que ya te has condenado.
Eternamente.

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